Saturday, May 3, 2014

Cultura de servidumbre y trabajo en casa particular: A propósito del día internacional del trabajo* (1)

Aura Cumes
Comunidad de Estudios Mayas

A principios de 1940, con 16 años, Jova Cardona deja a su abuela doña Juana y a su pueblo San Antonio Sacatepéquez San Marcos y llega a la capital para trabajar como sirvienta2. Atrás queda también su madrina Elvira, una mujer ladina de su pueblo quién intervino para que su abuela la retirara de la escuela, frustrando así sus sueños de ser una gran maestra como vieron en ella sus profesoras. En la capital Jova es testiga de la construcción del Palacio Nacional. Gobierna Jorge Ubico. Llega en una época de agitación política y de cambios. Maestras, maestros, estudiantes, escritores e intelectuales se oponen a la dictadura de Ubico y logran derribarla a pesar de la represión en su contra. Obreros, campesinos y sindicalistas junto a los primeros, también promueven cambios para establecer una vida democrática, y el paso de la servidumbre, del trabajo forzado, a las relaciones salariales sobre la base de derechos. Las mujeres participan con gran fuerza en estos movimientos, pero también en otras agrupaciones que luchan por el voto y la ciudadanía para las mujeres (Monzón, 2011). Las mujeres de clases medias ocupan otros espacios laborales como maestras y oficinistas, y muchas otras como obreras. Ingresan a un mercado laboral más amplio. Además, hay amas de casa, asalariadas o no, que se van emancipando del trabajo doméstico sin amenazar los privilegios de sus compañeros hombres. Paralelamente, de los departamentos, municipios, aldeas y de la misma ciudad capital, otras mujeres son requeridas para el trabajo doméstico. Son ellas quienes van a cumplir la función de garantizar la vida familiar ajena y a la vez contribuir a sostener la emancipación de otras mujeres.

Antes de su vida en la capital, Jova ya había experimentado que la servidumbre y el trabajo forzado, contra lo que luchaban los revolucionarios y revolucionarias, existía, no solo en las fincas y en las fábricas, sino en las mismas casas, ese espacio privado y protegido. Así, su historia empieza donde termina la de otros. Allá en San Antonio Sacatepéquez San Marcos, Elvira ofreció a la abuela de Jovita, criarla como a su hija, sin embargo la convirtió en una esclava doméstica y en un animal de carga. Elvira quiso comprar a Jovita pero sus tíos dijeron que no era un animal para venderla. Aun así la dejaron en esa casa, confiando en la “bondad” de su madrina, con quien estuvo desde los ocho años. Lo más duro para Jovita, eran las cargas de comida que llevaba sobre su cabeza para los trabajadores de los terrenos de Elvira y su esposo. En épocas de siembra, junto a otra niña que también servía en esa casa, debían llevar una red de abono y estaban obligadas a regresar con una carga de leña sobre sus cabezas. Doña Jovita piensa que por esas cargas, que superaban sus fuerzas, junto al hambre que aguantó en esa casa, quedó pequeña de estatura. Al salirse de esa casa, después de casi siete años, Elvira no le pagó ni un centavo y le quito la poca ropa que le había regalado. La prosperidad de la casa de Elvira y de su esposo, la educación de sus hijos e hijas se produce expropiando la vida de otras mujeres como Jovita y de hombres como los trabajadores del campo, que aquí no analizaré. Pero así eran las cosas en ese tiempo en el Pueblo, dice doña Jovita, no había otra forma de vivir principalmente para alguien huérfana como ella. Un día, uno de sus tíos sugirió a Jovita escribir una carta a su prima Victoria, quien ya trabajaba en la capital, para que le consiguieran trabajo. Victoria respondió diciendo que sí había trabajo para Jova, pero en una casa distinta, donde trabajaba otra familiar. En la casa donde Victoria laboraba ya estaban completas, había tres muchachas naturales y una de vestido que era la cocinera. Así, Jovita llega a la casa de doña Julia quien era profesora, directora de un colegio y don Víctor Morales que trabajaba en una compañía relacionada con la línea del tren.

Doña Jovita, ahora de 90 años, no dejaba de derramar lágrimas al relatarme su historia con Elvira, sufrí, sufrí demasiado con esa mujer, dicePero sus lágrimas se detienen para contarme lo que sigue; con mucha atención escucho la siguiente historia que transcurre en la capital. Dice, cuando estuve en Guatemala, allí ya no fue mucho el sufrimiento, allí me levantaba a las tres o dos de la mañana. Estupefacta por lo que acabo de escuchar, le interrumpo y pregunto “¿Tres o dos de la mañana? y ¿eso no le causaba sufrimiento?” Me dice, tal vez que sí usted. No, pero fíjese, nos levantamos a esa hora a bañarnos y dejar lavada nuestra ropa… La señora decía “yo no quiero que dejen la ropa allí amontonada…terminando de bañar a lavar la ropa”, decía… Y lo hacía la señora usted, lo iba a revisar “¿se bañaron hoy?” decía, “si nos bañamos doña Julia”, “a bueno”… “así, así me gusta, me gusta que son obedientes”, “ah, sí, si señora”… Allí ya no sufrí tanto. Yo el sufrimiento que tuve fue antes de irme a Guatemala… Sigo asombrada por lo que escucho y le reitero mi pregunta sobre el porqué de esta gran diferencia entre la experiencia con Elvira y la de la capital. Le digo “¿Pero cuando usted dice que ya no sufría mucho, era porque...?”, me interrumpe abruptamente y dice: porque ya no cargué, solo lavé y planché. Sin embargo, en su narración se observa que hizo mucho más que eso. Pero seguramente el sufrimiento que vivió con Elvira, que también estuvo acompañado de maltrato físico y psicológico es mucho más profundo de lo que puede expresar con palabras y lágrimas. Recuerdo cuando se le hacía difícil encontrar las palabras apropiadas para codificar sus memorias en aquella época con su madrina. En la capital es su tercera experiencia en casa ajena. Estuvo un tiempo corto con una familia de chinos en el municipio de Tajumulco, San Marcos, y recuerda haber tenido un buen trato.

En casa de la familia Morales3, en 1940, Jovita empezó ganando Q.2.00 y luego 2.50 al mes, cuando el sueldo promedio de un maestro era de Q.33.00 al mes, y considerado un salario miserable.4  Suponiendo que éste era el salario de la profesora, el de Jovita representaba el 6%, sin tener en cuenta los ingresos del señor que seguramente duplicaban a los de su esposa. En la casa también trabajaba María, quien era la cocinera. Las abuelas de María y Jova, eran primas. Con lujo de detalles doña Jovita relata las jornadas de trabajo en esta casa en que vivían, el señor y la señora, sus hijos Julio Roberto, Aura Marina y Marta Victoria. Allí también residía Marta, hermana de doña Julia a quien igualmente había que atender en todo. De lunes a viernes lavaba ropa… Me levantaba temprano, a las tres de la mañana allí lavando… Lunes a enjabonar todas las sabanas, colchas, sobrefundas, almohadones, ¡hay, un montón!… Los dejaba en jabón toda la mañana. Al medio día, les quitaba ese jabón, lo dejaba con otro jabón, y después de almuerzo a sacarlo. Este fatigoso ritual permitía que la ropa quedara impecable, sin manchas ni olor ni siquiera a jabón, porque la señora olía la ropa y mandaba a repetir el procedimiento si no le satisfacía. El lavado siempre iba acompañado del planchado. Lunes lavaba, lo que se secaba en la tarde a planchar. El martes a lavar en la mañana, lo que se secaba a planchar otra vez. Así me pasaba hasta el día viernes. Sábado ya no lavaba… me mandaba la señora a hacer las compras de toda la semana… Jova apreció que la señora siempre le diera dinero extra para pagarle a una muchacha o a un carretero para llevar las compras a la casa cuando éstas eran muchas. Esto era bastante, según ella, considerando su experiencia anterior con Elvira. “¿Los domingos finalmente descansaba?” le pregunté. Me dijo, a mí no me gustaba pasear… Todos los domingos me mandaban con los tres niños, “apuráte y llevás a los niños a divertirse un poco allí con los que están jugando [futbol] decía la señora”. Se levantaba, hacía la limpieza, vestía a las niñas y al niño y los llevaba a pasear varias horas de la mañana. Marta la hermana de la señora también la invitaba a ir a misa algunos domingos por la tarde, pero Jovita se iba preocupada porque había que recibir el pan y la leche.

Por las noches María y Jovita dormían a las 11.00 porque debían preparar todo lo necesario para empezar el siguiente día sin contratiempos. Debía estar lista la vajilla en la mesa, ubicado el café para hacer esencia fresca, seleccionados los alimentos para el desayuno y elegida la ropa de los niños. Ella [doña Julia] lo que hacía era, levantarse y al baño… a bañarse, a arreglarse bien “¿Ya pasaste los frijoles?” me decía.  “¿Ya está todo en la mesa?” “¿Ya está el agua caliente?” para la esencia del café… Además, Jovita debía vestir a los niños y llevar al mayor al colegio. A la hora del almuerzo llegaba la profesora, comía y supervisaba el trabajo de la mañana y volvía a su trabajo. A las 5:00 de la tarde regresaba, supervisaba el trabajo de la tarde, la cena y se aseguraba de los pormenores para preparar el siguiente día. El esposo de la profesora está ausente de los relatos de doña Jovita, por lo visto, no mantenía contacto con ella. Solo aparece cuando doña Jovita habla del esmero con que le preparaba la ropa limpia y fresca que él disfrutaba. Le lavaba y planchaba con mucho cuidado los trajes; incluso los sacos que necesitaban de un cuidado especial. Le enyuquillaba las camisas. El principal beneficiario de este duro y tedioso trabajo es invisible.

Doña Jova, es de las personas que piensan que todo trabajo debe hacerse bien y con mucha responsabilidad. Al principio se me hizo difícil comprender como puede alguien esmerarse tanto, recibiendo un miserable pago, trabajando sin horarios ni descansos, sin derecho a una vida propia. Me dejaron pensando las palabras de doña Jovita cuando decía, que al poco tiempo de haber llegado, aprendió con responsabilidad sus obligaciones y eso le agradaba a la señora. Jovita se sentía muy satisfecha cuando la señora estaba contenta con su comportamiento y trabajo. Fácilmente podríamos concluir que Jovita tuvo una actitud sumisa y servil, pero si escuchamos detenidamente sus razones, llegamos a comprender que con su carácter responsable, confiable y digno, le imprime una ética a su trabajo. Sin proponérselo quizás, como muchas otras, quiebran dentro de las casas el prejuicio racista sobre la supuesta pereza e inutilidad de los indígenas que justifica su lugar social como sirvientes y sirvientas5. En aquellos tiempos también, era costumbre que si el trabajo no agradaba a la patrona o al patrón, éstos estaban revestidos de toda autoridad para castigar, pues no había regulación que lo impidiera. Los patronos reinaban en sus casas. Por eso, trabajadoras como doña Jovita, evitaba recibir maltratos haciendo un buen trabajo.  

La bondad que Jova miraba en doña Julia y su esposo, no era suficiente para que sus condiciones como sirvienta, fueran muy diferentes a las de la mayoría de mujeres que trabajan en las casas. La higienización diaria que empezaba en la madrugada se debía a la repulsión que se siente por la “suciedad” de los sirvientes, más aún si son indígenas. En la casa, Jova y María vivían segregadas, usaban jabones exclusivos para ellas, colgaban su ropa en un lugar diferente, comían en la cocina en la mesa en que se hacían los picados y dormían en la terraza. ¿Cómo retribuían doña Julia y don Víctor la inmensa responsabilidad con que Jova y seguramente también María, realizaban su trabajo? Había claramente un intercambio desigual que solo puede entenderse si se problematiza el orden colonial que para funcionar fabricó “razas de sirvientes” y “razas de patrones”. El modo de dominación colonial precisó de organizar y acomodar los cuerpos utilizando criterios de sexo, raza y posición social, para asignarles funciones de privilegios o de servidumbre. De esta manera, los empleadores de Jova y María, vivían acostumbrados a ser servidos, sin que la vida de quienes les servían fuera una preocupación para ellos. La primera vez que Jova fue a ver a su abuela fue a los ocho meses. Le dieron dos días de permiso incluyendo el viaje a San Antonio Sacatepéquez, San Marcos. No estuvo ni un día con su abuela. Hizo otra visita cuando cumplió 18 años y debía tramitar su cédula de vecindad. Vio a sus compañeras de escuela trabajando como maestras y lloró al recordar que ella no pudo serlo. Así, sus visitas se fueron distanciando. Un día, María, la cocinera fue despedida, más tarde Jova se enteró que su retiro se debió a que estaba embarazada. La profesora hizo lo mismo que Ubico en aquellos tiempos quien despedía a maestras embarazadas. Jovita asumió como cocinera y contrataron a Teresa, otra joven indígena para lavar y planchar.

El último año en que Jovita estuvo en casa de la familia Morales, también le confían las llaves y llega a ganar Q.7.00 al mes. Es 1946 y tiene 22 años. Su trabajo otorga gran comodidad a la familia Morales, porque aparte de cocinar administra la casa con conocimiento, responsabilidad y a tiempo completo. A pesar de escuchar con agrado que era como de la familia, soñaba con formar una familia que fuera realmente suya. En ese mismo año, conoce a un joven k’iche’ llamado Pablo Tzul, comerciante de telas y artesano a quien acepta unirse y juntos viajan a Chi Chaclán, Totonicapán de donde él era originario. Doña Jovita forma una familia junto a don Pablo Tzul, con quien vive por veinticuatro años. Desafortunadamente su esposo junto a una hija de ambos mueren en un accidente de tránsito. Ella continúa con los negocios familiares junto a su hija Rosa y sus hijos Gerardo y Pablo. No volvió más al trabajo en casa ajena.

La historia de doña Jovita muestra algunos rasgos de la lógica con que ha funcionado la economía política colonial en este país. A pesar de la ética con que asumió Jovita un trabajo que impacto directamente en la reproducción de la vida material de seis personas, los pagos que recibió por eso, apenas y cubrieron su subsistencia. Para Silvia Federici (2013) el trabajo doméstico es devaluado y tenido como “no productivo”, porque se asume que no genera capital, cuando es el trabajo que sustenta todas las otras formas de trabajo. Tiene un carácter doble: reproduce la vida, la posibilidad de vivir, la persona y al mismo tiempo, reproduce la fuerza de trabajo. Esto ocurre en un sistema que no reconoce “la reproducción” como generador de productividad porque el ocultarlo le permite seguir protegiendo su principal fuente de riqueza. Por eso, la expropiación que sufren las trabajadoras en las casas patronales, no responde solo a un comportamiento colonial atávico de los empleadores, sino más que nada, revela las formas en que se reproducen dentro de las casas, las condiciones estructurales que han hecho posible la sociedad colonial en que vivimos. El trabajo de reproducción de la vida que han hecho tantas mujeres y trabajadoras de casa particular, ha posibilitado la acumulación y la prosperidad de los patrones, a costa de su propia desacumulación. Por esto me distancio de las nociones de “exclusión”, “discriminación”, “marginación” usadas frecuentemente para explicar la realidad de las trabajadoras de casa particular especialmente indígenas, porque estos conceptos no logran dar cuenta del proceso sistemático de expropiación6. Antes que discriminación hubo despojo. Muchas mujeres indígenas fueron convertidas en sirvientas a fuerza de mecanismos de despojo y disciplinamiento bajo una lógica patriarcal de dominación colonial. Fueron expropiadas para luego hacerlas dependientes del sistema que las expropió, que además buscó imponerles no solo una condición sino una identidad de sirvientas y no de ciudadanas. Baste recordar el imaginario social metropolitano mediante el cual se ve a cualquier mujer indígena como sirvienta.   

Teniendo un contexto como el dibujado escuetamente arriba, el 1 de mayo de 1947, durante el gobierno de Juan José Arévalo y un año después de que Jovita deja el trabajo de casa particular, entra en vigencia el Código de Trabajo, Decreto Ley 330, donde queda plasmado el Régimen Especial del Trabajo Doméstico en Guatemala (Velásquez, 2010). Es un gran logro que se haya reconocido este quehacer como trabajo. Lo verdaderamente asombroso, es cómo lejos desechar la servidumbre de este oficio, en gran medida el Código la convierte en ley. Pasado el tiempo, diversos campos laborales han sido modificados con excepción al referido al trabajo de casa particular a pesar de las múltiples propuestas de reforma (Velásquez, 2010). El actual Código de Trabajo reformado, Decreto Ley 1441 vigente desde 1961, en el Capítulo Cuatro, regula lo concerniente al Trabajo Doméstico. Establece que las trabajadoras domésticas deberán gozar de mínimo seis horas de descanso los días domingos. En la época en que Jovita trabajaba en la capital, había empleadores que concedían formalmente medio día de descanso los domingos. Además, según recuerda doña Jovita, nunca descansaron para Navidad, Año Nuevo, Semana Santa, feria patronal; al contrario era cuando más las necesitaban. El Código dice al respecto, “El trabajo doméstico, no está sujeto a horario, ni a las limitaciones de la jornada de trabajo, y tampoco le son aplicables los artículos 126 y 127” en que se contempla que todo trabajador tiene derecho a un día de descanso después de una semana laboral de cinco o seis días, y los asuetos con goce de salarios. Y así pueden ponerse otros ejemplos de cómo el Código legaliza e institucionaliza una costumbre o una cultura de servidumbre alrededor del trabajo doméstico. Actualmente las organizaciones de trabajadoras de casa particular, están promoviendo que Guatemala ratifique el Convenio 189 de la Organización Internacional del Trabajo (OIT), pero no han encontrado el respaldo de todos los sectores implicados para lograr la ratificación. En una actividad de análisis de este Convenio, un representante del sector privado, trataba de persuadir al público que no es con leyes que “el trato” a las trabajadoras de casa va a cambiar, sino mediante la “consciencia”. Sin embargo, es este sector el que invoca las leyes y el estado de derecho cuando se trata de proteger sus intereses.

El sector patronal privado y gubernamental guatemalteco, ha tenido comportamientos similares al de los blancos que en otros contextos se negaban a abolir la esclavitud, porque ostentan privilegios similares que aquellos. Así, han demostrado su carácter retrógrado. Pero, por desgracia, la cultura de servidumbre, de racionalidad criolla, no radica solamente en aquellos lugares, sino es un sistema que se reproduce cómodamente en cada uno de nuestros hogares. Siendo así, el salario, los horarios, los descansos no están fuera de la cultura de servidumbre, estos se presentan como tal porque esa cultura permea todo la vida cotidiana, el trato, la ley, el pago, la organización de la casa. La ley no cambia porque está acorde a la cultura de servidumbre que permite a algunos despreciar el trabajo de casa particular y a quienes lo realizan porque su condición social, racial y de género les ha permitido gozar de este privilegio. Muchas mujeres que se consideran modernas, se han emancipado del mundo doméstico, no a partir de modificar los patrones patriarcales dentro de sus hogares, sino a costa de trasladar a otras mujeres este ámbito junto con su propia desvalorización. Los bajos salarios pagados a las trabajadoras de casa, muestran también en cuánto las empleadoras valoran el trabajo que les correspondería realizar en este contexto patriarcal, si no estuvieran las mujeres que las suplen.

Por lo anterior y compartiendo el concepto acuñado por Ray y Qayum (2009) propongo que en Guatemala, el trabajo doméstico, antes que una ocupación laboral es una institución de servidumbre, pues se configura a partir de un orden racial, sexual y social en que la vida de las mujeres y de los indígenas, no en tanto pobres, sino en tanto indígenas, tendrá un lugar y una función como siervos de los colonizadores, sus descendientes y de quienes serán producidos como no indígenas. Esta institución de servidumbre no se gestó exclusivamente para controlar el trabajo indígena, sino su vida misma. Es decir, no es una estructura exclusivamente económica. Las condiciones que experimentan las mujeres ladinas y mestizas, que también son trabajadoras de casa particular caen también en esta lógica. De esta manera la estructura colonial no solo afecta a las trabajadoras indígenas sino a todas. Ángela Davis mostró hace ya mucho tiempo, para el caso de Estados Unidos que los salarios recibidos por las mujeres blancas en el servicio doméstico en gran medida se determinó en función del criterio racista que sirvió para calcular los salarios de las sirvientas negras (2005: 100). En la investigación que realizo he encontrado algo similar. Si bien, las trabajadoras de casa particular ladinas y mestizas tienen algunas condiciones para negociar mejores salarios, mejores posiciones y mejores tratos, estos no son radicalmente distintos que los que obtienen las trabajadoras indígenas, porque están fijados de acuerdo con una institución y cultura de servidumbre que no es un derivado de las relaciones de clase o de género solamente, sino es una servidumbre específica, relacionada a una dominación colonial en donde la raza, el sexo y la clase se articulan densamente para darle forma y sentido.

Por lo anterior, así como Guatemala ha sido explicada como un país-estado-finca (Castellanos, 1985, Tischler, 2009) también tiene sentido si le observa como una gran casa patronal, cuya estructura de patrones, intermediarios y sirvientes se repite en los espacios micro-sociales de los hogares. Es decir, la organización de las casas no sólo refleja sino soporta las estructuras de esta sociedad. Sin embargo, si la casa es un espacio de dominación privada, también es un lugar donde esta dominación puede desafiarse y desestabilizarse. Para ello quizá, se necesite revolucionar la intimidad de nuestras propias casas, sacudiendo la cultura de servidumbre que por muchos siglos ha venido justificando los violentos mecanismos expropiatorios. Es decir, las luchas por estas trasformaciones no corresponden solamente a las trabajadoras de casa particular, sino a cualquier persona u organización inconforme con las estructuras que hemos heredado y que como empleadores, muchos disfrutamos.   

En tanto que el trabajo doméstico en Guatemala antes que una ocupación laboral responde a una institución de servidumbre y a una historia de expropiación, más que solo proponer mejoras en las condiciones en que se ejerce, es fundamental revisar y detener las condiciones que lo producen masivamente. Modificar la ley es vital, pues el orden jurídico actual muestra el rol del derecho en el mantenimiento de la servidumbre. Por eso, aunque suene utópico, la legislación sobre el trabajo doméstico debe sufrir un cambio radical, no parcial. Cuando contratar a una trabajadora de casa particular no esté ya a nuestro alcance, porque no haya quien tenga la necesidad de hacerlo o bien porque su pago y condiciones se han elevado justamente esto producirá tensiones en nuestros hogares que ojala nos lleve a erradicar el patriarcado y la cultura de servidumbre colonial a que estamos acostumbrados. Existen propuestas como las planteadas por Pierrette Hondagneu-Sotelo (2011: 13) para quien abolir el trabajo doméstico, en el sentido que cada individuo se ocupe de sí mismo, no importando su género, condición social o racial, suena justo, pero es utópico; no factible. Para esta autora acabar con el empleo doméstico no es una solución, sino mejorarlo y reclamar la dignidad de las patronas y las empleadas (Ibíd.) Otras analistas del tema, como Hildete Pereira de Melo (1993: 231) opinó hace más de dos décadas, que al darle la responsabilidad del trabajo doméstico a las trabajadoras de casa, las mujeres evitan el enfrentamiento con sus compañeros hombres sobre esas tareas que forman parte de la vida, pero el individuo que cuida de sí mismo, que se alimenta, lava su ropa y limpia lo que ensucia, está más cerca de su realidad y por lo tanto será confrontado por esta.  

Guatemala, 1 de mayo del 2014

Notas

* Agradezco a Gladys Tzul, Edgar Esquit y Emilio del Valle Escalante, los valiosos comentarios a la primera versión de este escrito. También agradezco a doña Jovita, a Gladys, a doña Rosita y en general a la familia Tzul, Tzul, por la confianza al permitirme acercarme a una parte de su historia.

1. Tomo este concepto de Raka Ray y Seemin Qayum (2009).

2. Doña Jova Cardona utiliza la palabra sirvienta, razón por la cual la coloco en cursiva. Las trabajadoras de casa particular organizadas cuestionan este término y utilizan el de Trabajadoras de Casa Particular. Yo uso el término sirvienta cuando quiero enfatizar la fuerza opresiva y degradante que encierra el término.

3. Doña Jova Cardona no recordó el apellido de la profesora.

4. “Los sueldos del maestro de educación primaria fueron aumentados de Q.33.00 fijos que devengaban con anterioridad a la Revolución, a Q.75.00 básicos, pudiendo llegar a los Q.150.00 mediante aumentos periódicos de acuerdo con la ley escalafonaria” (Gonzáles, 1970: 372).

5. Hablo de sirvientes y no solo de sirvientas, pues a la par de las mujeres indígenas los hombres fueron producidos y tratados como sirvientes. En los mismos años en que Jovita estuvo en la capital, mi abuelo Buena Ventura Simón junto a otros familiares varones, hacían y entregaban carbón y comestibles en las casas capitalinas. En sus relatos sobre los tratos que recibía se puede percibir, que eran vistos y tratados como sirvientes como era costumbre tratar a las mujeres y hombres indígenas.


Bibliografía
Castellanos Cambranes, Julio (1985). Café y campesinos en Guatemala, 1853-1897. Editorial Universitaria de Guatemala, Guatemala.

Davis, Angela (2005) Mujeres, raza y clase. Segunda Edición en español. Akal Ediciones. Madrid.

Federici, Silvia (2013) Calibán y la Bruja. Mujeres, cuerpo y acumulación originaria. Pez en el árbol / Tinta Limón, Editores, México.

Gonzáles Orellana, Carlos (1970) Historia de la Educación en Guatemala. Editorial José de Pineda Ibarra, Guatemala.

Hondagneu-Sotelo Pierrette (2011) Doméstica. Trabajadoras Inmigrantes a cargo de la limpieza y el cuidado a la sombra de la abundanciaMiguel Ángel Porrúa, México.

Monzón, Ana Silvia (2011) “Participación Social y Política”. En Nosotras las de la Historia. Mujeres en Guatemala (siglos XIX-XXI). La Cuerda, SEPREM, Guatemala.

Pereira de Melo, Hildete (1993) “Feministas y empleadas domésticas en Rio de Janeiro”. En Chaney M. Elsa, Mary García Castro, editoras. Muchacha/ cachifa/ criada/ empleada/ empregadinha/ sirvienta/ y… más nada. Trabajadoras domésticas en América Latina y el Caribe. Versión en castellano: Consuelo Guayana. Editorial Nueva Sociedad, Caracas.

Ray, Raka and Seemin Qayum (2009) Cultures of Servitude. Modernity, Domesticity and Class in IndiaStanford University Press, California.

Tischler Visquerra, Sergio (2009) Guatemala 1944: crisis y revolución. Ocaso y quiebre de una forma estatal. Segunda edición. F&G Editores. Guatemala.

Velásquez, Maritza (2010) Situación de las trabajadoras del hogar desde la investigación de ATRAHDOM. ATRAHDOM, Guatemala.
http://atrahdom.files.wordpress.com/2011/02/situacion-de-las-trabajadoras-del-hogar-20101.pdf. Última Visita, 25 de abril 2014.