Los ojos:
“reguladores” en las prácticas racistas y civilizatorias[i]
Marco A. Chivalán Carrillo
Los ojos han contado con un privilegiado
estatuto en las prácticas de visualización antropocéntricas dominantes en
conexión con la producción del conocimiento. En este caso, asociada con los
aparatos de verificación en el militarismo, en las prácticas científicas, en
las arquitecturas disciplinarias como la escuela, el hospital, la prisión, el
espacio colonial; por citar algunos casos. De aquí que me parece que los ojos en
tanto artefactos han de dar cuenta en las relaciones raciales y coloniales en
un país como el de Guatemala. No es nada casual que los ojos inquisidores del invasor en el siglo XVI
hayan percibido a los indios como
carentes de alma y de humanidad. No es que esos ojos no vieran, sino que su
escrutinio provenía desde un modo estandarizado y estandarizante del ver. De
tal cuenta, el orden de lo visible que sus ojos capturaban como la realidad no era una diferencia que
importaba, sino una diferencia anormal, algo que su visión no podía soportar y
de ahí la india/anomalía de la “realidad
corporal” de aquellos habitantes en aquellos tiempos.
Actualmente, en Guatemala, por ejemplo, cuando
un guardián de la pulcritud racial o un pretendiente cualquiera que crea en tal
pulcritud, la asocia directamente con la blancura dérmica que a su vez se
conecta con la belleza y la civilización de un cuerpo. Esta situación me hace
preguntar por el rol que tiene la vista en tal asociación de lo perceptible. Es
decir, me llama la atención la construcción del ojo como un arma que valida la estabilidad del orden de lo visible, la
cual carga sobre sí violencias de corte racializador, civilizador y discapacitador.
Al parecer, los ojos han sido modulados por
diversas prácticas y modos de gestión corporal desde unos marcos o encuadres en
que los cuerpos se hacen inteligibles. Para este esbozo, me parece interesante
decir con Judith Butler que “aprender a ver el marco que nos ciega[ii]
respecto a lo que vemos no es cosa baladí”. Quiero sugerir que este
planteamiento es fundamental al analizar el racismo y la blancura. Un marco de
inteligibilidad de corte racializador, civilizador y discapacitador hará que ciertos cuerpos sean perceptibles como bárbaros,
de raza degenerante o discapacitados.
No es una cosa baladí detenerse –sin las premuras de las correcciones
políticas, incluyendo y en este caso, una precipitada llamada a la ortopedización
del ojo– a analizar el marco o los marcos que incorporamos en nuestra
relacionalidad con los cuerpos y los modos en que los cuerpos nos son legibles y/o
nos son parlantes. Por aquí, considero preciso intuir una articulación de un
poder de ver con el orden de lo visible. Y en este contexto, querría plantear a
modo de interpelación cómo será posible destruir políticamente una visión que
sociohistóricamente da por sentado lo que presumiblemente cuenta como realidad corporal en las prácticas del
colonialismo. Es decir, el ojo, que ha sido construido para las empresas
racialistas y discapacitantes, juega
un rol importante en el ordenamiento de las sociedades a partir de la pureza
racial percibida primigeniamente. El ojo llega a ser fundamental en las
prácticas del ver, del desear, del ordenar, del disciplinar y del hacer en
general en nuestra reproducción social y en las prácticas discapacitantes cuando apelamos a la ceguera física y/o mental al
sospechar que alguien pareciera errar ante la “evidencia” de lo que provisionalmente
cuenta como “realidad”. La normalización de una visión dominante tiene mucho de
que dar cuenta en las prácticas del capacitismo colonial en sociedades como las
de Guatemala.
De lo anterior, parece que un marco de
inteligibilidad dado opera a menudo como limitador del campo de la percepción y
como limitador de lo que puede llegar a ser percibido de algún modo normalizado
o anormalizado. En este sentido, un marco dado opera como modulador de una
manera de ver; es decir, un modo de interpretar aquello que puede llegar a ser
perceptible. Esta operación me parece interesante cuando pensamos en la
regulación de la vista a partir de mecanismos estructurantes que son a menudo
racializadores y civilizatorios; mecanismos no ajenos a un orden colonial. Lo
que quiero decir, es que comúnmente, vemos lo que vemos o dejamos de ver lo que
dejamos de ver porque nuestra visión forma parte de un proceso de producción
del cuerpo y lo que ese cuerpo puede llegar a ser y a hacer. Aquí, vale
mencionar que no estoy auspiciando un modo determinista de pensar sobre un ser
ficticio o real que esté modelando y modulando el campo de la percepción. Lo
que me parece posible intuir es sobre los modos en los que nos subjetivamos a
través de las relaciones de poder; en los cuales, nuestra manera de ver queda
alterada o, mejor dicho, regulada por un marco dado. Para seguir con el ejemplo anterior, si para un conservador
de la pureza de raza o un aspirante de la mejora racial, la blancura dérmica de
un cuerpo humano deviene en cualidad inalienable de la belleza y de la
civilización, entonces, su percepción está siendo regulada por un marco de
inteligibilidad en donde la blancura es legible horizontalmente como capital
simbólico y como perfección.
En este mismo orden de ideas, me parece que
la normalización de una visión de los cuerpos producidos por una racionalidad
colonial, racista y de supremacía masculina opera como un poder en la
jerarquización de los cuerpos. No es que exista per se una visión ideal a la que se debe aspirar. Éste sería un
problema que se bosqueja desde un plano moral, el cual no es objeto de mi reflexión,
porque me parece que problematizar la visión desde un orden moral inhibe la
creatividad de una política corporal y supone una inmediata corrección política
a las prácticas de visualización. Y de aquí, se puede saltar inmediatamente a
la integración de cuerpos anormalizados en los campos de percepción de los
marcos del ver dominante. Pienso que es
más interesante problematizar las prácticas de la visualización normativas de por
sí, en tanto que operación en las relaciones de poder. Es decir, si la
visión de por sí ya es un modo de hacer inteligible lo que provisionalmente
cuenta como realidad, me parece entonces que esa visión ya forma parte de una
ortopedia del ojo. En este sentido, no se trata de buscar que ciertos cuerpos
entren triunfalmente al campo de lo perceptible y lleguen a ser cuerpos humanos
legibles como tal. Si una práctica de visualización racializa, barbariza y
discapacita un cuerpo humano, entonces, tal cuerpo se potenciaría más al no pretender
incluirse en tal campo de percepción sino en intentar polucionarlo.
Siguiendo con la reflexión anterior, a un
marco de inteligibilidad de la visión no se le debería exigir un estiramiento
para que quepan los ilegibles o los legibles como anómalos y contaminantes de
la pulcritud racial y barbarizantes de la alta civilización. Es decir, quizá no
precisamos de marcos con amplios campos de percepción ni moldear los cuerpos
para que éstos quepan a los reducidos campos de visión dominante. Lo que quizá
es sugerente para una política de los cuerpos anómalos es una constante
transformación de las prácticas de la visualización pero también unos creativos
usos del cuerpo. Así imagino una política corporal en tanto transformadora e
irruptora. De ahí una política de transformación de los modos normativos de
percepción, sin albergar, ni por curiosidad, la idea de que uno pueda estar
definitivamente determinado a ver desde un corsé visual. Me parece que uno puede
modular la mirada dominante a través del uso de filtros con tonalidades
distintas para ver. Distanciarse críticamente del ver dominante que uno puede
estar incorporándolo puede ser un comienzo para deshabitar el modo normal de uno mismo.
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