Sunday, March 1, 2015


Los ojos: “reguladores” en las prácticas racistas y civilizatorias[i]

Marco A. Chivalán Carrillo

Los ojos han contado con un privilegiado estatuto en las prácticas de visualización antropocéntricas dominantes en conexión con la producción del conocimiento. En este caso, asociada con los aparatos de verificación en el militarismo, en las prácticas científicas, en las arquitecturas disciplinarias como la escuela, el hospital, la prisión, el espacio colonial; por citar algunos casos. De aquí que me parece que los ojos en tanto artefactos han de dar cuenta en las relaciones raciales y coloniales en un país como el de Guatemala. No es nada casual que los ojos inquisidores del invasor en el siglo XVI hayan percibido a los indios como carentes de alma y de humanidad. No es que esos ojos no vieran, sino que su escrutinio provenía desde un modo estandarizado y estandarizante del ver. De tal cuenta, el orden de lo visible que sus ojos capturaban como la realidad no era una diferencia que importaba, sino una diferencia anormal, algo que su visión no podía soportar y de ahí la india/anomalía de la “realidad corporal” de aquellos habitantes en aquellos tiempos.

Actualmente, en Guatemala, por ejemplo, cuando un guardián de la pulcritud racial o un pretendiente cualquiera que crea en tal pulcritud, la asocia directamente con la blancura dérmica que a su vez se conecta con la belleza y la civilización de un cuerpo. Esta situación me hace preguntar por el rol que tiene la vista en tal asociación de lo perceptible. Es decir, me llama la atención la construcción del ojo como un arma que valida la estabilidad del orden de lo visible, la cual carga sobre sí violencias de corte racializador, civilizador y discapacitador.

Al parecer, los ojos han sido modulados por diversas prácticas y modos de gestión corporal desde unos marcos o encuadres en que los cuerpos se hacen inteligibles. Para este esbozo, me parece interesante decir con Judith Butler que “aprender a ver el marco que nos ciega[ii] respecto a lo que vemos no es cosa baladí”. Quiero sugerir que este planteamiento es fundamental al analizar el racismo y la blancura. Un marco de inteligibilidad de corte racializador, civilizador y discapacitador hará que ciertos cuerpos sean perceptibles como bárbaros, de raza degenerante o discapacitados. No es una cosa baladí detenerse –sin las premuras de las correcciones políticas, incluyendo y en este caso, una precipitada llamada a la ortopedización del ojo– a analizar el marco o los marcos que incorporamos en nuestra relacionalidad con los cuerpos y los modos en que los cuerpos nos son legibles y/o nos son parlantes. Por aquí, considero preciso intuir una articulación de un poder de ver con el orden de lo visible. Y en este contexto, querría plantear a modo de interpelación cómo será posible destruir políticamente una visión que sociohistóricamente da por sentado lo que presumiblemente cuenta como realidad corporal en las prácticas del colonialismo. Es decir, el ojo, que ha sido construido para las empresas racialistas y discapacitantes, juega un rol importante en el ordenamiento de las sociedades a partir de la pureza racial percibida primigeniamente. El ojo llega a ser fundamental en las prácticas del ver, del desear, del ordenar, del disciplinar y del hacer en general en nuestra reproducción social y en las prácticas discapacitantes cuando apelamos a la ceguera física y/o mental al sospechar que alguien pareciera errar ante la “evidencia” de lo que provisionalmente cuenta como “realidad”. La normalización de una visión dominante tiene mucho de que dar cuenta en las prácticas del capacitismo colonial en sociedades como las de Guatemala.

De lo anterior, parece que un marco de inteligibilidad dado opera a menudo como limitador del campo de la percepción y como limitador de lo que puede llegar a ser percibido de algún modo normalizado o anormalizado. En este sentido, un marco dado opera como modulador de una manera de ver; es decir, un modo de interpretar aquello que puede llegar a ser perceptible. Esta operación me parece interesante cuando pensamos en la regulación de la vista a partir de mecanismos estructurantes que son a menudo racializadores y civilizatorios; mecanismos no ajenos a un orden colonial. Lo que quiero decir, es que comúnmente, vemos lo que vemos o dejamos de ver lo que dejamos de ver porque nuestra visión forma parte de un proceso de producción del cuerpo y lo que ese cuerpo puede llegar a ser y a hacer. Aquí, vale mencionar que no estoy auspiciando un modo determinista de pensar sobre un ser ficticio o real que esté modelando y modulando el campo de la percepción. Lo que me parece posible intuir es sobre los modos en los que nos subjetivamos a través de las relaciones de poder; en los cuales, nuestra manera de ver queda alterada o, mejor dicho, regulada por un marco dado. Para seguir con el ejemplo anterior, si para un conservador de la pureza de raza o un aspirante de la mejora racial, la blancura dérmica de un cuerpo humano deviene en cualidad inalienable de la belleza y de la civilización, entonces, su percepción está siendo regulada por un marco de inteligibilidad en donde la blancura es legible horizontalmente como capital simbólico y como perfección.

En este mismo orden de ideas, me parece que la normalización de una visión de los cuerpos producidos por una racionalidad colonial, racista y de supremacía masculina opera como un poder en la jerarquización de los cuerpos. No es que exista per se una visión ideal a la que se debe aspirar. Éste sería un problema que se bosqueja desde un plano moral, el cual no es objeto de mi reflexión, porque me parece que problematizar la visión desde un orden moral inhibe la creatividad de una política corporal y supone una inmediata corrección política a las prácticas de visualización. Y de aquí, se puede saltar inmediatamente a la integración de cuerpos anormalizados en los campos de percepción de los marcos del ver dominante.  Pienso que es más interesante problematizar las prácticas de la visualización normativas de por sí, en tanto que operación en las relaciones de poder. Es decir, si la visión de por sí ya es un modo de hacer inteligible lo que provisionalmente cuenta como realidad, me parece entonces que esa visión ya forma parte de una ortopedia del ojo. En este sentido, no se trata de buscar que ciertos cuerpos entren triunfalmente al campo de lo perceptible y lleguen a ser cuerpos humanos legibles como tal. Si una práctica de visualización racializa, barbariza y discapacita un cuerpo humano, entonces, tal cuerpo se potenciaría más al no pretender incluirse en tal campo de percepción sino en intentar polucionarlo.

Siguiendo con la reflexión anterior, a un marco de inteligibilidad de la visión no se le debería exigir un estiramiento para que quepan los ilegibles o los legibles como anómalos y contaminantes de la pulcritud racial y barbarizantes de la alta civilización. Es decir, quizá no precisamos de marcos con amplios campos de percepción ni moldear los cuerpos para que éstos quepan a los reducidos campos de visión dominante. Lo que quizá es sugerente para una política de los cuerpos anómalos es una constante transformación de las prácticas de la visualización pero también unos creativos usos del cuerpo. Así imagino una política corporal en tanto transformadora e irruptora. De ahí una política de transformación de los modos normativos de percepción, sin albergar, ni por curiosidad, la idea de que uno pueda estar definitivamente determinado a ver desde un corsé visual. Me parece que uno puede modular la mirada dominante a través del uso de filtros con tonalidades distintas para ver. Distanciarse críticamente del ver dominante que uno puede estar incorporándolo puede ser un comienzo para deshabitar el modo normal de uno mismo.





[i] Agradezco los valiosos comentarios de mis colegas de la CEM a la primera versión de este texto, pero la responsabilidad de su contenido final es completamente mía.
[ii] Itálica mía.

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