Aura Cumes
Comunidad de Estudios Mayas
A principios de 1940, con 16 años, Jova
Cardona deja a su abuela doña Juana y a su pueblo San Antonio Sacatepéquez San
Marcos y llega a la capital para trabajar como sirvienta2.
Atrás queda también su madrina Elvira, una mujer ladina de su pueblo quién intervino
para que su abuela la retirara de la escuela, frustrando así sus sueños de ser
una gran maestra como vieron en ella sus profesoras. En la capital Jova es
testiga de la construcción del Palacio Nacional. Gobierna Jorge Ubico. Llega en
una época de agitación política y de cambios. Maestras, maestros, estudiantes,
escritores e intelectuales se oponen a la dictadura de Ubico y logran
derribarla a pesar de la represión en su contra. Obreros, campesinos y
sindicalistas junto a los primeros, también promueven cambios para establecer
una vida democrática, y el paso de la servidumbre, del trabajo forzado, a las
relaciones salariales sobre la base de derechos. Las mujeres participan con
gran fuerza en estos movimientos, pero también en otras agrupaciones que luchan
por el voto y la ciudadanía para las mujeres (Monzón, 2011). Las mujeres de
clases medias ocupan otros espacios laborales como maestras y oficinistas, y
muchas otras como obreras. Ingresan a un mercado laboral más amplio. Además,
hay amas de casa, asalariadas o no, que se
van emancipando del trabajo doméstico sin amenazar los
privilegios de sus compañeros hombres. Paralelamente, de los departamentos,
municipios, aldeas y de la misma ciudad capital, otras mujeres son requeridas
para el trabajo doméstico. Son ellas quienes van a cumplir la
función de garantizar la vida familiar ajena y a la vez contribuir a sostener
la emancipación de otras mujeres.
Antes de su vida en la capital, Jova ya
había experimentado que la servidumbre y el trabajo forzado, contra lo que
luchaban los revolucionarios y revolucionarias, existía, no solo en las fincas
y en las fábricas, sino en las mismas casas, ese espacio privado y protegido.
Así, su historia empieza donde termina la de otros. Allá en San Antonio
Sacatepéquez San Marcos, Elvira ofreció a la abuela de Jovita, criarla como a
su hija, sin embargo la convirtió en una esclava doméstica y en un animal
de carga. Elvira quiso comprar a Jovita pero sus tíos dijeron que no era un
animal para venderla. Aun así la dejaron en esa casa, confiando en la “bondad”
de su madrina, con quien estuvo desde los ocho años. Lo más duro para Jovita,
eran las cargas de comida que llevaba sobre su cabeza para los trabajadores de
los terrenos de Elvira y su esposo. En épocas de siembra, junto a otra niña que
también servía en esa casa, debían llevar una red de abono y
estaban obligadas a regresar con una carga de leña sobre sus cabezas. Doña
Jovita piensa que por esas cargas, que superaban sus fuerzas, junto al hambre que
aguantó en esa casa, quedó pequeña de estatura. Al salirse de esa
casa, después de casi siete años, Elvira no le pagó ni un centavo y le quito la
poca ropa que le había regalado. La prosperidad de la casa de
Elvira y de su esposo, la educación de sus hijos e hijas se produce expropiando
la vida de otras mujeres como Jovita y de hombres como los trabajadores del
campo, que aquí no analizaré. Pero así eran las cosas en ese tiempo en
el Pueblo, dice doña Jovita, no había otra forma de vivir principalmente
para alguien huérfana como ella. Un día, uno de sus tíos
sugirió a Jovita escribir una carta a su prima Victoria, quien ya trabajaba en
la capital, para que le consiguieran trabajo. Victoria respondió diciendo que
sí había trabajo para Jova, pero en una casa distinta, donde trabajaba otra
familiar. En la casa donde Victoria laboraba ya estaban completas, había
tres muchachas naturales y una de vestido que era la cocinera. Así, Jovita
llega a la casa de doña Julia quien era profesora, directora de un
colegio y don Víctor Morales que trabajaba en una compañía relacionada con la
línea del tren.
Doña Jovita, ahora de 90 años, no dejaba
de derramar lágrimas al relatarme su historia con Elvira, sufrí, sufrí
demasiado con esa mujer, dice. Pero sus lágrimas se
detienen para contarme lo que sigue; con mucha atención escucho la siguiente
historia que transcurre en la capital. Dice, cuando estuve en
Guatemala, allí ya no fue mucho el sufrimiento, allí me levantaba a las tres o
dos de la mañana. Estupefacta por lo que acabo de escuchar, le interrumpo
y pregunto “¿Tres o dos de la mañana? y ¿eso no le causaba sufrimiento?” Me
dice, tal vez que sí usted. No, pero fíjese, nos levantamos a esa hora
a bañarnos y dejar lavada nuestra ropa… La señora decía “yo no quiero que dejen
la ropa allí amontonada…terminando de bañar a lavar la ropa”, decía… Y lo hacía
la señora usted, lo iba a revisar “¿se bañaron hoy?” decía, “si nos bañamos
doña Julia”, “a bueno”… “así, así me gusta, me gusta que son obedientes”, “ah,
sí, si señora”… Allí ya no sufrí tanto. Yo el sufrimiento que tuve fue antes de
irme a Guatemala… Sigo asombrada por lo que escucho y le reitero mi
pregunta sobre el porqué de esta gran diferencia entre la experiencia con
Elvira y la de la capital. Le digo “¿Pero cuando usted dice que ya no sufría mucho,
era porque...?”, me interrumpe abruptamente y dice: porque ya no
cargué, solo lavé y planché. Sin embargo, en su narración se observa que
hizo mucho más que eso. Pero seguramente el sufrimiento que vivió con Elvira,
que también estuvo acompañado de maltrato físico y psicológico es mucho más
profundo de lo que puede expresar con palabras y lágrimas. Recuerdo cuando se
le hacía difícil encontrar las palabras apropiadas para codificar sus memorias
en aquella época con su madrina. En la capital es su tercera experiencia en
casa ajena. Estuvo un tiempo corto con una familia de chinos en
el municipio de Tajumulco, San Marcos, y recuerda haber tenido un buen
trato.
En casa de la familia Morales3,
en 1940, Jovita empezó ganando Q.2.00 y luego 2.50 al mes, cuando el sueldo
promedio de un maestro era de Q.33.00 al mes, y considerado un salario
miserable.4 Suponiendo que éste era el salario de la
profesora, el de Jovita representaba el 6%, sin tener en cuenta los ingresos
del señor que seguramente duplicaban a los de su esposa. En la casa también
trabajaba María, quien era la cocinera. Las abuelas de María y Jova, eran
primas. Con lujo de detalles doña Jovita relata las jornadas de trabajo en esta
casa en que vivían, el señor y la señora, sus hijos Julio Roberto, Aura Marina
y Marta Victoria. Allí también residía Marta, hermana de doña Julia a quien
igualmente había que atender en todo. De lunes a viernes lavaba ropa…
Me levantaba temprano, a las tres de la mañana allí lavando… Lunes a enjabonar
todas las sabanas, colchas, sobrefundas, almohadones, ¡hay, un montón!… Los
dejaba en jabón toda la mañana. Al medio día, les quitaba ese jabón, lo dejaba
con otro jabón, y después de almuerzo a sacarlo. Este fatigoso ritual
permitía que la ropa quedara impecable, sin manchas ni olor ni siquiera a
jabón, porque la señora olía la ropa y mandaba a repetir el procedimiento si no
le satisfacía. El lavado siempre iba acompañado del planchado. Lunes
lavaba, lo que se secaba en la tarde a planchar. El martes a lavar en la
mañana, lo que se secaba a planchar otra vez. Así me pasaba hasta el día
viernes. Sábado ya no lavaba… me mandaba la señora a hacer las compras de toda
la semana… Jova apreció que la señora siempre le diera dinero extra para
pagarle a una muchacha o a un carretero para llevar las compras a la
casa cuando éstas eran muchas. Esto era bastante, según ella, considerando su
experiencia anterior con Elvira. “¿Los domingos finalmente descansaba?” le
pregunté. Me dijo, a mí no me gustaba pasear… Todos los domingos me
mandaban con los tres niños, “apuráte y llevás a los niños a divertirse un poco
allí con los que están jugando [futbol] decía la señora”.
Se levantaba, hacía la limpieza, vestía a las niñas y al niño y los llevaba a
pasear varias horas de la mañana. Marta la hermana de la señora también la
invitaba a ir a misa algunos domingos por la tarde, pero Jovita se iba
preocupada porque había que recibir el pan y la leche.
Por las noches María y Jovita dormían a
las 11.00 porque debían preparar todo lo necesario para empezar el siguiente
día sin contratiempos. Debía estar lista la vajilla en la mesa, ubicado el café
para hacer esencia fresca, seleccionados los alimentos para el desayuno y
elegida la ropa de los niños. Ella [doña Julia] lo que
hacía era, levantarse y al baño… a bañarse, a arreglarse bien “¿Ya pasaste los
frijoles?” me decía. “¿Ya está todo en la mesa?” “¿Ya está el agua
caliente?” para la esencia del café… Además, Jovita debía vestir a los
niños y llevar al mayor al colegio. A la hora del almuerzo llegaba la
profesora, comía y supervisaba el trabajo de la mañana y volvía a su trabajo. A
las 5:00 de la tarde regresaba, supervisaba el trabajo de la tarde, la cena y
se aseguraba de los pormenores para preparar el siguiente día. El esposo de la
profesora está ausente de los relatos de doña Jovita, por lo visto, no mantenía
contacto con ella. Solo aparece cuando doña Jovita habla del esmero con que le
preparaba la ropa limpia y fresca que él disfrutaba. Le lavaba y planchaba con
mucho cuidado los trajes; incluso los sacos que necesitaban de un cuidado
especial. Le enyuquillaba las camisas. El principal beneficiario de este duro y
tedioso trabajo es invisible.
Doña Jova, es de las personas que piensan
que todo trabajo debe hacerse bien y con mucha responsabilidad. Al principio se
me hizo difícil comprender como puede alguien esmerarse tanto, recibiendo un
miserable pago, trabajando sin horarios ni descansos, sin derecho a una vida
propia. Me dejaron pensando las palabras de doña Jovita cuando decía, que al
poco tiempo de haber llegado, aprendió con responsabilidad sus obligaciones y
eso le agradaba a la señora. Jovita se sentía muy satisfecha cuando la señora estaba
contenta con su comportamiento y trabajo. Fácilmente podríamos concluir que
Jovita tuvo una actitud sumisa y servil, pero si escuchamos detenidamente sus
razones, llegamos a comprender que con su carácter responsable, confiable y
digno, le imprime una ética a su trabajo. Sin proponérselo quizás, como muchas
otras, quiebran dentro de las casas el prejuicio racista sobre la supuesta
pereza e inutilidad de los indígenas que justifica su lugar social como sirvientes y sirvientas5.
En aquellos tiempos también, era costumbre que si el trabajo
no agradaba a la patrona o al patrón, éstos estaban revestidos de toda
autoridad para castigar, pues no había regulación que lo impidiera. Los
patronos reinaban en sus casas. Por eso, trabajadoras como doña Jovita, evitaba
recibir maltratos haciendo un buen trabajo.
La bondad que Jova miraba en doña Julia y
su esposo, no era suficiente para que sus condiciones como sirvienta,
fueran muy diferentes a las de la mayoría de mujeres que trabajan en las casas.
La higienización diaria que empezaba en la madrugada se debía a la repulsión
que se siente por la “suciedad” de los sirvientes, más aún si son
indígenas. En la casa, Jova y María vivían segregadas, usaban jabones
exclusivos para ellas, colgaban su ropa en un lugar diferente, comían en la
cocina en la mesa en que se hacían los picados y dormían en la terraza. ¿Cómo
retribuían doña Julia y don Víctor la inmensa responsabilidad con que Jova y
seguramente también María, realizaban su trabajo? Había claramente un
intercambio desigual que solo puede entenderse si se problematiza el orden
colonial que para funcionar fabricó “razas de sirvientes” y “razas de
patrones”. El modo de dominación colonial precisó de organizar y acomodar los
cuerpos utilizando criterios de sexo, raza y posición social, para asignarles
funciones de privilegios o de servidumbre. De esta manera, los empleadores de
Jova y María, vivían acostumbrados a ser servidos, sin que la vida de quienes
les servían fuera una preocupación para ellos. La primera vez que Jova fue a
ver a su abuela fue a los ocho meses. Le dieron dos días de permiso incluyendo
el viaje a San Antonio Sacatepéquez, San Marcos. No estuvo ni un día con su
abuela. Hizo otra visita cuando cumplió 18 años y debía tramitar su cédula de
vecindad. Vio a sus compañeras de escuela trabajando como maestras y lloró al
recordar que ella no pudo serlo. Así, sus visitas se fueron distanciando. Un
día, María, la cocinera fue despedida, más tarde Jova se enteró que su retiro
se debió a que estaba embarazada. La profesora hizo lo mismo que Ubico en
aquellos tiempos quien despedía a maestras embarazadas. Jovita asumió como
cocinera y contrataron a Teresa, otra joven indígena para lavar y planchar.
El último año en que Jovita estuvo en casa
de la familia Morales, también le confían las llaves y llega a ganar Q.7.00 al
mes. Es 1946 y tiene 22 años. Su trabajo otorga gran comodidad a la familia
Morales, porque aparte de cocinar administra la casa con conocimiento,
responsabilidad y a tiempo completo. A pesar de escuchar con agrado que era como
de la familia, soñaba con formar una familia que fuera realmente suya. En
ese mismo año, conoce a un joven k’iche’ llamado Pablo Tzul, comerciante de
telas y artesano a quien acepta unirse y juntos viajan a Chi Chaclán,
Totonicapán de donde él era originario. Doña Jovita forma una familia junto a
don Pablo Tzul, con quien vive por veinticuatro años. Desafortunadamente su
esposo junto a una hija de ambos mueren en un accidente de tránsito. Ella continúa
con los negocios familiares junto a su hija Rosa y sus hijos Gerardo y Pablo.
No volvió más al trabajo en casa ajena.
La historia de doña Jovita muestra algunos
rasgos de la lógica con que ha funcionado la economía política colonial en este
país. A pesar de la ética con que asumió Jovita un trabajo que impacto
directamente en la reproducción de la vida material de seis personas, los pagos
que recibió por eso, apenas y cubrieron su subsistencia. Para Silvia Federici
(2013) el trabajo doméstico es devaluado y tenido como “no productivo”, porque
se asume que no genera capital, cuando es el trabajo que sustenta todas
las otras formas de trabajo. Tiene un carácter doble: reproduce la vida, la
posibilidad de vivir, la persona y al mismo tiempo, reproduce la fuerza de
trabajo. Esto ocurre en un sistema que no reconoce “la reproducción” como
generador de productividad porque el ocultarlo le permite seguir protegiendo su
principal fuente de riqueza. Por eso, la expropiación que sufren las
trabajadoras en las casas patronales, no responde solo a un comportamiento
colonial atávico de los empleadores, sino más que nada, revela las formas en
que se reproducen dentro de las casas, las condiciones estructurales que han
hecho posible la sociedad colonial en que vivimos. El trabajo de
reproducción de la vida que han hecho tantas mujeres y trabajadoras de casa
particular, ha posibilitado la acumulación y la prosperidad de los patrones, a
costa de su propia desacumulación. Por esto me distancio de las nociones de
“exclusión”, “discriminación”, “marginación” usadas frecuentemente para
explicar la realidad de las trabajadoras de casa particular especialmente
indígenas, porque estos conceptos no logran dar cuenta del proceso sistemático
de expropiación6. Antes que discriminación hubo despojo. Muchas
mujeres indígenas fueron convertidas en sirvientas a fuerza de
mecanismos de despojo y disciplinamiento bajo una lógica patriarcal de
dominación colonial. Fueron expropiadas para luego hacerlas dependientes del
sistema que las expropió, que además buscó imponerles no solo una condición
sino una identidad de sirvientas y no de ciudadanas. Baste
recordar el imaginario social metropolitano mediante el cual se ve a cualquier
mujer indígena como sirvienta.
Teniendo un contexto como el dibujado
escuetamente arriba, el 1 de mayo de 1947, durante el gobierno de Juan José
Arévalo y un año después de que Jovita deja el trabajo de casa particular,
entra en vigencia el Código de Trabajo, Decreto Ley 330, donde queda plasmado
el Régimen Especial del Trabajo Doméstico en Guatemala (Velásquez, 2010). Es un
gran logro que se haya reconocido este quehacer como trabajo. Lo verdaderamente
asombroso, es cómo lejos desechar la servidumbre de este oficio, en gran medida
el Código la convierte en ley. Pasado el tiempo, diversos campos laborales han
sido modificados con excepción al referido al trabajo de casa particular a
pesar de las múltiples propuestas de reforma (Velásquez, 2010). El actual
Código de Trabajo reformado, Decreto Ley 1441 vigente desde 1961, en el
Capítulo Cuatro, regula lo concerniente al Trabajo Doméstico. Establece que las
trabajadoras domésticas deberán gozar de mínimo seis horas de descanso los días
domingos. En la época en que Jovita trabajaba en la capital, había empleadores
que concedían formalmente medio día de descanso los domingos. Además, según
recuerda doña Jovita, nunca descansaron para Navidad, Año Nuevo, Semana Santa,
feria patronal; al contrario era cuando más las necesitaban. El
Código dice al respecto, “El trabajo doméstico, no está sujeto a horario, ni a
las limitaciones de la jornada de trabajo, y tampoco le son aplicables los
artículos 126 y 127” en que se contempla que todo trabajador tiene derecho a un
día de descanso después de una semana laboral de cinco o seis días, y los
asuetos con goce de salarios. Y así pueden ponerse otros ejemplos de cómo el
Código legaliza e institucionaliza una costumbre o una cultura de servidumbre
alrededor del trabajo doméstico. Actualmente las organizaciones de trabajadoras
de casa particular, están promoviendo que Guatemala ratifique el Convenio 189
de la Organización Internacional del Trabajo (OIT), pero no han encontrado el
respaldo de todos los sectores implicados para lograr la ratificación. En una
actividad de análisis de este Convenio, un representante del sector privado,
trataba de persuadir al público que no es con leyes que “el trato” a las
trabajadoras de casa va a cambiar, sino mediante la “consciencia”. Sin embargo,
es este sector el que invoca las leyes y el estado de derecho cuando se trata
de proteger sus intereses.
El sector patronal privado y gubernamental
guatemalteco, ha tenido comportamientos similares al de los blancos que en
otros contextos se negaban a abolir la esclavitud, porque ostentan privilegios
similares que aquellos. Así, han demostrado su carácter retrógrado. Pero, por
desgracia, la cultura de servidumbre, de racionalidad criolla, no radica
solamente en aquellos lugares, sino es un sistema que se reproduce cómodamente
en cada uno de nuestros hogares. Siendo así, el
salario, los horarios, los descansos no están fuera de la cultura de
servidumbre, estos se presentan como tal porque esa cultura permea todo la vida
cotidiana, el trato, la ley, el pago, la organización de la casa. La ley no cambia porque está acorde a la cultura de
servidumbre que permite a algunos despreciar el trabajo de casa particular y a
quienes lo realizan porque su condición social, racial y de género les ha
permitido gozar de este privilegio. Muchas mujeres que se consideran modernas,
se han emancipado del mundo doméstico, no a partir de modificar los patrones
patriarcales dentro de sus hogares, sino a costa de trasladar a otras mujeres
este ámbito junto con su propia desvalorización. Los bajos salarios pagados a
las trabajadoras de casa, muestran también en cuánto las empleadoras valoran el
trabajo que les correspondería realizar en este contexto patriarcal, si no
estuvieran las mujeres que las suplen.
Por lo anterior y compartiendo el concepto
acuñado por Ray y Qayum (2009) propongo que en Guatemala, el trabajo doméstico,
antes que una ocupación laboral es una institución de servidumbre, pues se
configura a partir de un orden racial, sexual y social en que la vida de las
mujeres y de los indígenas, no en tanto pobres, sino en tanto indígenas, tendrá
un lugar y una función como siervos de los colonizadores, sus descendientes y
de quienes serán producidos como no indígenas. Esta institución de servidumbre
no se gestó exclusivamente para controlar el trabajo indígena, sino su vida
misma. Es decir, no es una estructura exclusivamente económica. Las
condiciones que experimentan las mujeres ladinas y mestizas, que también son
trabajadoras de casa particular caen también en esta lógica. De esta manera la
estructura colonial no solo afecta a las trabajadoras indígenas sino a todas.
Ángela Davis mostró hace ya mucho tiempo, para el caso de Estados Unidos que
los salarios recibidos por las mujeres blancas en el servicio doméstico en gran
medida se determinó en función del criterio racista que sirvió para calcular
los salarios de las sirvientas negras (2005: 100). En la investigación que
realizo he encontrado algo similar. Si bien, las trabajadoras de casa
particular ladinas y mestizas tienen algunas condiciones para negociar mejores
salarios, mejores posiciones y mejores tratos, estos no son radicalmente
distintos que los que obtienen las trabajadoras indígenas, porque están fijados
de acuerdo con una institución y cultura de servidumbre que no es un derivado
de las relaciones de clase o de género solamente, sino es una servidumbre
específica, relacionada a una dominación colonial en donde la raza, el sexo y
la clase se articulan densamente para darle forma y sentido.
Por lo anterior, así como Guatemala ha
sido explicada como un país-estado-finca (Castellanos, 1985, Tischler, 2009)
también tiene sentido si le observa como una gran casa patronal, cuya
estructura de patrones, intermediarios y sirvientes se repite
en los espacios micro-sociales de los hogares. Es decir, la organización de las
casas no sólo refleja sino soporta las estructuras de esta sociedad. Sin
embargo, si la casa es un espacio de dominación privada,
también es un lugar donde esta dominación puede desafiarse y desestabilizarse.
Para ello quizá, se necesite revolucionar la intimidad de nuestras propias
casas, sacudiendo la cultura de servidumbre que por muchos siglos ha venido
justificando los violentos mecanismos expropiatorios. Es decir, las luchas por estas trasformaciones no corresponden
solamente a las trabajadoras de casa particular, sino a cualquier persona u
organización inconforme con las estructuras que hemos heredado y que como
empleadores, muchos disfrutamos.
En tanto que el trabajo doméstico en
Guatemala antes que una ocupación laboral responde a una institución de
servidumbre y a una historia de expropiación, más que solo proponer mejoras en
las condiciones en que se ejerce, es fundamental revisar y detener las
condiciones que lo producen masivamente. Modificar la ley es vital, pues el
orden jurídico actual muestra el rol del derecho en el mantenimiento de la
servidumbre. Por eso, aunque suene utópico, la legislación sobre el trabajo
doméstico debe sufrir un cambio radical, no parcial. Cuando contratar a una
trabajadora de casa particular no esté ya a nuestro alcance, porque no haya
quien tenga la necesidad de hacerlo o bien porque su pago y condiciones se han
elevado justamente esto producirá tensiones en nuestros hogares que ojala nos
lleve a erradicar el patriarcado y la cultura de servidumbre colonial a que
estamos acostumbrados. Existen propuestas como las planteadas por Pierrette
Hondagneu-Sotelo (2011: 13) para quien abolir el trabajo doméstico, en el sentido
que cada individuo se ocupe de sí mismo, no importando su género, condición
social o racial, suena justo, pero es utópico; no factible. Para esta autora
acabar con el empleo doméstico no es una solución, sino mejorarlo y reclamar la
dignidad de las patronas y las empleadas (Ibíd.) Otras analistas del
tema, como Hildete Pereira de Melo (1993: 231) opinó hace más de dos décadas,
que al darle la responsabilidad del trabajo doméstico a las trabajadoras de
casa, las mujeres evitan el enfrentamiento con sus compañeros hombres sobre
esas tareas que forman parte de la vida, pero el individuo que cuida de sí
mismo, que se alimenta, lava su ropa y limpia lo que ensucia, está más cerca de
su realidad y por lo tanto será confrontado por esta.
Guatemala, 1 de mayo del 2014
Notas
* Agradezco a Gladys Tzul, Edgar Esquit y
Emilio del Valle Escalante, los valiosos comentarios a la primera versión de
este escrito. También agradezco a doña Jovita, a Gladys, a doña Rosita y en
general a la familia Tzul, Tzul, por la confianza al permitirme acercarme a una
parte de su historia.
1. Tomo este concepto de Raka Ray y Seemin
Qayum (2009).
2. Doña Jova Cardona utiliza la palabra sirvienta,
razón por la cual la coloco en cursiva. Las trabajadoras de casa particular
organizadas cuestionan este término y utilizan el de Trabajadoras de Casa
Particular. Yo uso el término sirvienta cuando quiero
enfatizar la fuerza opresiva y degradante que encierra el término.
3. Doña Jova Cardona no recordó el
apellido de la profesora.
4. “Los sueldos del maestro de educación
primaria fueron aumentados de Q.33.00 fijos que devengaban con anterioridad a
la Revolución, a Q.75.00 básicos, pudiendo llegar a los Q.150.00 mediante
aumentos periódicos de acuerdo con la ley escalafonaria” (Gonzáles, 1970: 372).
5. Hablo de sirvientes y
no solo de sirvientas, pues a la par de las mujeres indígenas los
hombres fueron producidos y tratados como sirvientes. En los mismos
años en que Jovita estuvo en la capital, mi abuelo Buena Ventura Simón junto a
otros familiares varones, hacían y entregaban carbón y comestibles en las casas
capitalinas. En sus relatos sobre los tratos que recibía se puede percibir, que
eran vistos y tratados como sirvientes como era costumbre
tratar a las mujeres y hombres indígenas.
Bibliografía
Castellanos Cambranes, Julio (1985). Café
y campesinos en Guatemala, 1853-1897. Editorial Universitaria de Guatemala,
Guatemala.
Davis, Angela (2005) Mujeres, raza
y clase. Segunda Edición en español. Akal Ediciones. Madrid.
Federici, Silvia (2013) Calibán y
la Bruja. Mujeres, cuerpo y acumulación originaria. Pez en el árbol / Tinta
Limón, Editores, México.
Gonzáles Orellana, Carlos (1970) Historia
de la Educación en Guatemala. Editorial José de Pineda Ibarra, Guatemala.
Hondagneu-Sotelo Pierrette (2011) Doméstica.
Trabajadoras Inmigrantes a cargo de la limpieza y el cuidado a la sombra de la
abundancia. Miguel Ángel Porrúa,
México.
Monzón, Ana Silvia (2011)
“Participación Social y Política”. En Nosotras las de la Historia.
Mujeres en Guatemala (siglos XIX-XXI). La Cuerda, SEPREM, Guatemala.
Pereira de Melo, Hildete (1993)
“Feministas y empleadas domésticas en Rio de Janeiro”. En Chaney M. Elsa, Mary
García Castro, editoras. Muchacha/ cachifa/ criada/ empleada/
empregadinha/ sirvienta/ y… más nada. Trabajadoras domésticas en América Latina
y el Caribe. Versión en castellano: Consuelo Guayana. Editorial Nueva Sociedad,
Caracas.
Ray,
Raka and Seemin Qayum (2009) Cultures of Servitude. Modernity,
Domesticity and Class in India. Stanford
University Press, California.
Tischler Visquerra, Sergio (2009) Guatemala
1944: crisis y revolución. Ocaso y quiebre de una forma estatal. Segunda
edición. F&G Editores. Guatemala.
Velásquez, Maritza (2010) Situación
de las trabajadoras del hogar desde la investigación de ATRAHDOM. ATRAHDOM, Guatemala.
http://atrahdom.files.wordpress.com/2011/02/situacion-de-las-trabajadoras-del-hogar-20101.pdf. Última Visita, 25 de abril 2014.
http://atrahdom.files.wordpress.com/2011/02/situacion-de-las-trabajadoras-del-hogar-20101.pdf. Última Visita, 25 de abril 2014.