¿Colonialismo en el feminismo blanco?
Emma Chirix [1]
Introducción
Contexto
Los problemas históricos y estructurales
siguen golpeando de manera brutal a los pueblos y sectores más pobres de
Guatemala, mientras los colonizadores y capitalistas continúan gozando de
privilegios. Las luchas históricas y actuales siguen siendo contra el despojo
de nuestros territorios, contra la mentalidad y políticas extractivas de los
conocimientos mayas y recursos naturales,
la violencia contra las mujeres, el feminicidio, el hambre, la pobreza y el
militarismo. Las transnacionales y los sectores económicos, poderosos a nivel
nacional continúan imponiendo los monocultivos y meganegocios. A pesar de estas imposiciones y de las
políticas de despojo y de exterminio, seguimos luchando para lograr el
bienestar –el UTZ KASLEMAL (la buena vida) – de los pueblos y de la madre
tierra.
Colonización del feminismo
Mi interés en este artículo es analizar
cómo se reactiva el colonialismo en el feminismo blanco, urbano, de clase alta
y media y como efecto del poder tiende a institucionalizarse porque no sólo tiene las condiciones
materiales y simbólicas para funcionar como institución sino que parte de una
estructura colonial histórica y racial. Mis reflexiones se centrarán en los
mecanismos que sustentan y reproducen el establecimiento de esta forma de
dominación. Y de manera indirecta, intentaré mostrar el lugar que ocupan las
mujeres indígenas en el feminismo blanco.
El feminismo nace en un contexto colonial y, es hija de la modernidad.
Según Liliana Suárez continua “reproduciendo una característica de
administración del pensamiento y sustentando un sistema de extracción de la
mayoría de la población” (2008:31) La colonización permanece viva en el
imaginario social y se materializa en las políticas y proyectos hacia los
pueblos indígenas para mantener intactas las relaciones de dominación. Para disciplinar los cuerpos
indígenas, el dominador se valió de la ideología racial. Se desarrolló la idea
y el sentimiento de la superioridad natural del invasor frente a la sumisión
natural de los indígenas. Para “humanizar” a los indios se impuso la esclavitud
a través del trabajo forzoso y para lograr la misión civilizadora era
importante cristianizarlos. Se impuso una distribución racial-social-sexual del
trabajo y formas de explotación colonial. La división racial del trabajo creó
cuerpos esclavizados, mano de obra barata para los peninsulares y los criollos.
El feminismo colonizado se convierte en feminismo hegemónico, que abraza la
modernidad y es producto de la colonización, del proceso de civilización, la
blancura y el eurocentrismo.[2]
Estas características forman parte del sistema cultural e ideológico de
Occidente que jerarquiza, segrega y explota a mujeres indígenas.
1.
Hablar sobre la colonización del feminismo es hablar de la
blancura
La blancura es un código de lo humano y se ha
nutrido a través del paisaje colonial. vino durante la colonización, pasó a
formar parte del sistema de dominación y de la mentalidad hegemónica del país y
ha sido una herramienta etnocéntrica que ha servido para justificar la “pureza
de sangre” de los peninsulares y criollos, frente a los indígenas y ladinos,
pero también, ha servido para argumentar sobre “cómo mejorar la raza” entre las
y los ladinos frente a los/las indígenas. El blanqueamiento ha sido fuente para
la reproducción del racismo estructural, institucional y cotidiano. El racismo
ha sido el principal recurso para mantener los privilegios de aquellos que se
consideran blancos y blancas. La blancura no es solamente el color de la piel
que identifica a un segmento de una sociedad pigmentocrática, “es el poder de
decidir e imponer los criterios que humanizan a los hombres y a las mujeres en
el planeta” (Ramón Gonzáles s.p.i:6) concretamente a las personas que viven en
el campo y a las mujeres, de esta manera se creó la idea de que los blancos son
humanos y civilizados y los indios se les identificó no humanos e
incivilizados.
En la sociedad guatemalteca se ha creado la idea que la blancura y
cultura occidental ha sido el modelo ideal que deben seguir los indígenas, las
mujeres y los pobres, “por ello el etnocentrismo y el eurocentrismo, han ido
casi siempre unidos y se han manifestado en todos los ámbitos, especialmente en
las ciencias sociales” (ibíd. 252) en
la construcción de la nación y en el feminismo. Es importante recordar que el
etnocentrismo[3]
y el eurocentrismo son conceptos que nacen en distintos momentos de la historia
que han impuesto poder y realidades raciales y desiguales, por eso es común que
criollos, ladinas y ladinos hagan uso de estos conceptos en sus discursos y
actitudes para confirmar constantemente su superioridad y privilegios frente a
los indígenas. El pensamiento etnocéntrico está presente “a través de las
distintas teorías de las ciencias sociales y prácticas políticas como: la
integración, la ladinización, la aculturación y el indigenismo” (ibíd. 253).
Las dicotomías de lo blanco y lo moreno,
de lo limpio y lo sucio han servido para justificar la segregación racial y el
lugar que deben ocupar los indígenas en la sociedad y en los espacios sociales,
es decir, los trabajos sucios deberán hacerlo las y los indios, por eso es tan
“natural, normal y cotidiano” que una indígena se encargue de limpiar los baños
de las familias criollas y ladinas y no que una ladina limpie los baños de una
indígena. La mayoría de ladinos y ladinas (pobres, de clase media y alta) apoya
la ideología del blanqueamiento y cotidianamente marcan su diferencia racial
con los indígenas. Para someter se valen del mal trato, el desprecio, las
humillaciones, hasta la criminalización de las luchas de los pueblos indígenas.
Existe un feminismo blanco que goza de privilegios, genera violencia
racial y de clase hacia mujeres indígenas. Reconozco la existencia de un
patriarcado maya y relaciones de poder entre nosotras, las mujeres indígenas,
pero no es mi objetivo en este momento entrar a considerar las diferencias con
el patriarcado de Occidente, porque “no existe un marco patriarcal universal”(Talpade
Mohanty 2010: 234) El objetivo de este
artículo es discutir el mantenimiento de ese feminismo blanco, ladino-mestizo
sin conciencia de la dominación colonial, del origen del mestizaje y de la imposición
de la dicotomía indio-ladino.
Varias autoras feministas indígenas se han atrevido a “cuestionar
visiones feministas etnocéntricas”, entre ellas Aura Cumes. También es
importante mencionar el aporte de las feministas que escribieron el libro Descolonizando
el feminismo, el abordaje de Francesca Gargallo sobre el feminismo blanco y no
puedo dejar de un lado los aportes de feministas afroamericanas y caribeñas que
han alimentado nuestras visiones y luchas. Para abordar la colonización me
parece importante profundizar sobre los privilegios. Francesca Gargallo afirma:
“Los privilegios que las blancas gozan en una sociedad racializada, no son
universales. El sistema de privilegios que favorece a las blancas puede negar,
los derechos de las demás, para seguir gozando de estos derechos”[4]
(Gargallo: 19) y acomodarse. Las mujeres
pertenecientes a la oligarquía, de familias criollas, de clase alta y media, o
de la burguesía, están conscientes de la clase y de las familias a que
pertenecen y la manera en que reproducen la blancura. Por ser blancas han
gozado de facilidades y oportunidades. Pero las ladinas pobres también
reproducen el blanqueamiento cuando asumen que son pobres pero no indias, se
sienten con el derecho de marginar y de mandar, en sus discursos y
comportamientos cotidianos, a pesar de que tienen dificultad para construir su
identidad o negarla, reafirman constantemente los imaginarios de superioridad
para colocarse en su lugar de privilegio.
El estereotipo de los colores, la pigmentación continúan siendo los rasgos
diferenciadores en la sociedad guatemalteca (Casaús 1994: 205). En este
sentido, las relaciones de poder se sustentan en valores biológicos pero
también bajo perspectivas etnocéntricas.
2.
El feminismo colonizador reproduce el proceso de
civilización y el etnocentrismo
El feminismo occidental ha estado
acompañado por procesos de civilización y/o
modernización cuando insisten en resaltar los binomios tales como
civilización/incivilización, moderno/atrasado, limpio/sucio, ladino/indígena o
cuando utilizan argumentos como el siguiente: “el actual contexto de crisis
civilizatoria…”.[5]
Precisamente con esta frase se afirma que el feminismo es parte de ese proceso
civilizatorio, que se ajusta la idea de lo avanzado, lo que va adelante, que
puede significar desarrollo y progreso, y al no estar en este proceso se
identifica como atraso. Los binomios civilizatorios son abrazados por ese
feminismo blanco que insiste en convencernos de la idea de la “superioridad
europea” y la “inferioridad de las indígenas”.
Para los pueblos indígenas y mujeres indígenas, el proceso de
civilización, por la manera en que se impuso, ha significado penetración,
genocidio, despojo de territorio y medios de vida, esclavitud, servidumbre,
educación oficial, imposición del idioma español y religiones occidentales.
También ha significado desarrollo como propuesta de progreso.
Los efectos de la civilización siguen latentes, pareciera que no hay
nada que no pueda hacerse de una forma “civilizada” y de una forma
“incivilizada” (Elías 1987: 57). En Guatemala se plantea la idea o los
estereotipos de que las personas “civilizadas” son quienes tienen acceso a la
educación, al desarrollo, pertenecen a cierta clase social, viven en las
ciudades, son blancos o ladinos, son ciudadanos, son constructores de nacionalismo,
son modernos, mientras los incivilizados son los analfabetos, los primitivos,
los tradicionalistas, los pobres, los sucios, los indios. Para los
etnocéntricos es más incivilizada la mujer indígena por ser monolingüe y
analfabeta. El etnocentrismo aborda, escribe y analiza la experiencia de las
mujeres occidentales como la experiencia de las mujeres en general. Es decir,
en esa jerarquía racial se espera que las indígenas deban ajustarse a ese
ascenso, a un mejoramiento, lograr un estatus. La idea dominante es que los
“inferiores” deben seguir esa ruta que les permite llegar a la civilización. Es
importante analizar y vincular el contexto hegemónico para desentrañar de dónde
parte y cómo se alimenta el etnocentrismo para develar como se produce el
“universalismo etnocéntrico en ciertos análisis” (Talpade Mohanty 2010: 239) en
los discursos, en las actitudes y en las políticas inter y
multiculturales.
Las feministas coloniales asumen una
mentalidad extractiva, oportunista y racista. Es cierto, reconocen a las
mujeres indígenas, tienen capacidad de escribir y hacer investigaciones por las
“otras”, “podemos escribir nosotras de las mujeres mayas porque es un derecho
hacerlo y nadie nos impide”[6]. En varias organizaciones de mujeres se
implementa una estructura organizativa con jerarquía racial, las mujeres
ladinas se ubican en puestos de poder y las mayas en puestos de no poder. Las
ladinas elaboran proyectos para captar dinero en nombre de las indígenas y
cuando hay crisis financiera, las primeras en salir de la organización son las
mujeres mayas. También se apropian de los conocimientos mayas, muchas de ellas
se identifican con el machismo, marcan su indiferencia con el racismo o se
convierten en cómplices en actos racistas. Niegan la existencia de mujeres
mayas feministas, diciendo: “no hay mujeres mayas que entiendan el feminismo,
hay algunas, pero están en pañales”, “nosotras escribimos mejor que las
indígenas”. Con la autoidentificación de expertas de pueblos, de mujeres
indígenas o ecologistas se colocan en puestos de poder de proyectos indígenas.
Las feministas colonizadoras utilizan el discurso de la igualdad pero en la
práctica no nos tratan como sus iguales y cuando les sale el racismo expresan
estas frases: “mirá mija, firmá aquí”; “parecés india” “con ellas no se puede,
son tercas, no entienden” o en sus discursos y escritos reiteran sobre la
violencia contra la mujer, es decir, manifiestan la violencia genérica pero no
la violencia racial.
Las feministas coloniales,
los letrados criollos y ladinos[7]
continúan con sus discursos de civilización, colonización y racismo, y cuando
expresan su odio nos catalogan de: “irresponsables por nuestra tradición
reproductiva”, “atrasados porque no logramos el desarrollo y la prosperidad”,
somos “responsables de barbarie demográfica”, “los hombres indígenas son bolos
y haraganes”, “que no sabemos acomodarnos a las leyes del mercado”, y
finalmente nos señalan que somos el problema. El odio y la ignorancia de
letrados racistas retoman la agresión, los estereotipos racistas y su nivel de
análisis lo reducen a que el indígena es el problema, sin develar los problemas
estructurales que ocasionan la desigual distribución de la tierra y el
genocidio. Además, no se dan cuenta que los alimentos que comen no le caen como
maná del cielo, sino esos alimentos seguramente han sido cultivados por manos
indígenas. ¿Cuál ha sido el papel que han jugado las feministas contra los
letrados, empresarios y oligarcas racistas en nuestros países? El silencio, la indiferencia, y su
complicidad en discursos y actos racistas.
3.
Mejorar la raza es una idea colonizadora del feminismo
blanco
Guatemala será un país colonial mientras la idea de mejorar la raza siga
siendo un proyecto de nación. Mientras su clase dominante y las instituciones
hegemónicas (Estado, Iglesia, Escuela y familia) sigan siendo colonizadores y
con mentalidad extractiva., mientras sus sectores mestizos/ladinos ilustrados
no asuman con orgullo su propia diferencia cultural y dialoguen de igual a
igual con todos los pueblos y culturas que habitan el territorio nacional y
abandonen de una vez, sus políticas de saqueo, de explotación y de racismo.
.
La colonización y el racismo
no solo han generado segregación racial y división racial del trabajo sino también
la negación o la no definición de su identidad étnico/racial, algunas hablan
del mestizaje, otras afirman ser ladinas, lo cierto es que la discusión entre
las feministas ha quedado pendiente. Pero esta discusión tampoco lo ha asumido
el Estado, ni la academia en la construcción de las naciones y de las
identidades. Las expresiones de la negación de la condición mestiza continua
pero también, la autoinferiorización de los ladinos en relación al universo de
lo blanco y en su desprecio a los indígenas. En la sociedad guatemalteca se
mantiene y se reproduce la dicotomía indio-ladino y de manera contradictoria se
ha construido la categoría “del NO indígena” ¿por qué se insiste en la
negación? ¿Por qué no se profundiza en el origen del mestizaje? ¿Por qué es importante
saber el lugar que ocupamos en las sociedades?
El Estado y los grupos
dominantes crearon la dicotomía indio-ladino en la jerarquía racial para
mantener una división racial y social del trabajo, para generar contradicciones
entre indios y ladinos, para no profundizar el origen del mestizaje y para
vivir ambivalencias. Por eso, no es casual que algunas ladinas afirmen “si vivo
los privilegios pero NO TENGO identidad” y prefieren ubicarse en el NO
Indígena. Las ladinas afirman que han tenido dificultad para reconocer el
privilegio, se saben ladinas pero no quieren reconocer sus orígenes. Se ha
impuesto un proceso de desmemoria porque es parte de la reproducción del
racismo. La manera en que roban la historia y la negación de la identidad es también
racismo. No se termina de procesar el racismo porque se insiste en su
naturalización, se enseña a desconocer y negar la identidad, a “afirmar que el
racismo es tema y discusión de “otros”.
La idea de “mejorar la raza”
como proyecto de nación ha sido aprendido y reproducido en las familias que han
internalizado el racismo, es un concepto que continua en la memoria, que
orienta los pensamientos y actitudes racistas. Han aprendido a despreciar lo
indígena, manejan ideas de superioridad frente a mujeres indígenas y
naturalizan relaciones de servidumbre. En la construcción de las identidades se
trastocan emociones y sentimientos; y en esta construcción de la subjetividad,
algunas ladinas sienten vergüenza de sus pensamientos y actitudes racistas, les
provoca vergüenza decir que son racistas, de ahí que muy pocas son conscientes
de su posición en la reproducción del racismo. En esta dificultad para hablar y
aclarar qué es el mestizaje prefieren valorar lo ladino, que significa también
valorar lo urbano porque estas son las categorías para medir y decir quién está
más civilizada o atrasada, quién es superior e inferior en las relaciones
personales.
Sienten miedo de lo que son,
“el miedo de saber de dónde venimos”, miedo en conectarse con esa violencia
sexual colonial que fue cimiento de la división racial y sexual del trabajo y
de las jerarquías de género y raza. Tienen miedo a ser juzgadas por sus ideas, discursos y prácticas racistas
y como mecanismo de defensa utilizan estrategias colonizantes y civilizatorias.
¿Hay una discusión no
resuelta sobre cómo trabajar el racismo desde las entrañas? El racismo está en
el ser, está impregnado en los cuerpos, en la piel y provoca dolor. Les duele
llamarse ladinas, desprecian lo que son, desprecian lo indígena, por eso es más
fácil hablar de las OTRAS pero no de ellas mismas. Expresan que son producto de
la violación sexual pero rechazan hablar sobre la violación. Afirman que han
construido sus historias a través de silencios y la victimización, porque a
pesar de que tienen privilegios, muchas veces utilizan la victimización para
evitar ser agredidas.
El insulto y la agresión es a
nivel interno o hacia otras ladinas, se conectan con frases y pensamientos que
se relacionan con “no seas india” “sí vos sucia” son expresiones que a veces
salen en palabras, otras veces, se queda en el pensamiento. Constantemente se miden quien es más india
entre las ladinas, pero entonces, ¿Cómo pueden reencontrarse con lo indígena y
con las indígenas si se reproducen las agresiones, los insultos a nivel de
ellas mismas y contra las indígenas? ¿Cómo construir un mestizaje desde las
pérdidas, desde la negación y desmemorización?
Algunas han tocado fondo, han reconocido su malestar, han expresado sus
sentimientos; otras definitivamente se niegan a profundizar, prefieren seguir
caminando con sus carencias, “les provoca pereza discutir el racismo”.
Generalmente promueven juntarse para realizar actividades que están a favor de
las mujeres pero se niegan a realizar procesos de transformación personal.
Otras manejan su indiferencia, afirman que no les suena, no les preocupan temas
que se relacionan con el mestizaje, el racismo, las relaciones con mujeres
indígenas; lo que les interesa es estar económicamente bien, tienen trabajo
asegurado y eso es lo que cuenta. Y otras idealizan que “Lo ladino no se tiene
que nombrar, somos el centro del universo” y eso es suficiente. Obviamente, el discurso y la práctica
política feminista de Occidente está internalizado en la vida de las mujeres
ladinas, los discursos son diversos pero los efectos de poder en analizar a las
“Otras” es igual porque codifican a las “Otras” desde una relación de poder de
superioridad e inferioridad.
4.
¿Cómo se tejen las relaciones de poder entre mujeres blancas
e indígenas? Verónica Sajbin (2007:127) ha analizado las tensiones entre
mujeres ladinas e indígenas. Sajbin indaga las
tensiones existentes entre las organizaciones de mujeres y la manifestación del
etnocentrismo de las mujeres ladinas. Tomando en cuenta que ellas abrieron
estas ventanas del conocimiento, si me permiten por esta vez entraré para
abordar la subordinación con clave femenina.
Estas relaciones de poder han
sido naturalizadas y reproducidas en los diversos espacios sociales. Las
mujeres blancas ladinas y feministas asumen el rol de patronas y con derecho a
mandar y las mujeres indígenas a obedecer. Este tipo de relaciones de
dominación es común verlas en Guatemala, las relaciones de servidumbre han sido
históricas y naturalizadas, por eso, muchas veces no despierta la indignación.
Es común observar cómo muchas
ladinas al ver una indígena asumen automáticamente el rol de patronas y se
aprovechan de la fuerza de trabajo de las indígenas, sometiéndolas a realizar
los oficios domésticos o hacer el trabajo de segunda categoría; por eso es
común que varias mujeres indígenas asuman el rol de asistentes y sirvientas. Estas relaciones de servidumbre que han
sido reproducidas en el marco patriarcal, únicamente persiguen reproducir el estereotipo racial que afirma que las
indígenas sirven únicamente para ser sirvientas porque este debe ser el lugar
de las indígenas en las sociedades racializadas.
En varias
organizaciones y en instituciones académicas, algunas mujeres blancas, ladinas
y feministas en los últimos años, han negado la participación de las mujeres
indígenas, a pesar de que en sus planteamientos o estrategias promuevan el
multiculturalismo, la interculturalidad, la etnicidad, la diversidad, la
democracia, los derechos humanos y la participación de las mujeres indígenas.
Ellas no solo logran acceder a puestos de poder sino se benefician
económicamente en nombre de instituciones que velan por pueblos indígenas o a
favor de la mujer. Otras académicas nos han robado nuestros conocimientos
porque creen ser las expertas en asuntos indígenas. El robo también se concreta
cuando se aprovechan de nuestro trabajo intelectual, al negar nuestra
contribución intelectual pero también nuestra contribución para financiar la
impresión de nuestros libros. Los contratos editoriales en el país siguen
cargados de injusticia hacia autoras indígenas y mestizas. Y cuando
cuestionamos las actitudes racistas es común que nos respondan de esta manera:
“agradecidas deben estar porque las incluimos” y cuando no responden a
contratos justos expresan “nosotras actuamos de buena fe”.
En estas
relaciones de poder se construyen
relaciones humanas utilitaristas, con perspectiva tutelar y proteccionista. Se reproduce la idea que las blancas y ladinas deben pensar por
las indígenas porque estas últimas son incapaces de gobernarse por sí mismas,
de administrar fondos y de elaborar proyectos. En la academia generalmente las
ladinas utilizan una metodología extractiva y continúan desconociendo nuestros
aportes teóricos y económicos. Nuestra contribución teórica todavía no ha sido
tejida con colores en los feminismos, en otras palabras, nuestros conocimientos
y pensamientos no ocupan todavía un lugar teórico en Abya Yala.
Es importante iniciar el
proceso de descolonización reconociendo cómo opera la hegemonía, cómo se
sostienen las desigualdades, las ideologías y las estrategias de dominación
hacia el ser y cuerpos de las mujeres indígenas.
Me uno a las voces y propuestas de mujeres que promueven la idea de desestabilizar
la teoría, de cuestionar o descolonizar los conceptos tales como: el género, la
mujer, el cuerpo, la opresión de la mujer, porque estos conceptos universales
siguen siendo homogeneizadores y blancos. La centralización del género sigue insistiendo en el binomio
hombre-mujer y no toma en cuenta la diversidad sexual y menos la
interseccionalidad de las identidades y/opresiones. Es cierto, en un momento
histórico el género enriqueció el conocimiento e invitó a una práctica social distinta en las
relaciones entre mujeres y hombres y permitió profundizar el concepto de “el
sujeto” pero ha tenido sus debilidades porque reduce o niega otras identidades,
naturaliza las relaciones heterosexuales, no da explicaciones completas de
nuestras realidades y opresiones, y todavía no reta la hegemonía de lo blanco,
por eso refuerza la jerarquía racial y las desigualdades coloniales. Es importante recordar que no somos un grupo singular sobre la base de una opresión común,
y que nos identifiquen siempre como víctimas, atrasadas y que nos tenemos
salida para nuestra liberación. No somos objetos, somos sujetos y con derechos.
Basta ya de reproducir el feminismo blanco, la objetivación, la inferiorización
y la victimización porque no nos permite liberarnos.
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Suárez, Liliana. “Colonialismo,
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Suárez Navaz, Liliana y Rosalva Aída Hernández (eds.). Descolonizando el feminismo, Teorías y
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Manifiesto político. Por la Liberación de nuestros cuerpos, 13 Encuentro feminista
Latinoamericano y del Caribe.
Este artículo fue resultado de
la ponencia presentada en el 13 Encuentro Feminista Latinoamericano y del
Caribe en Lima, Perú, en la mesa de: Feminismos y mujeres indígenas,
construyendo diálogos y alianzas. Estoy muy agradecida con las mujeres
indígenas organizadas en ECMIA y CHIRAPAQ por la invitación a participar en el
encuentro y también, doy gracias a Aura Cúmes, Gladys Tzul, Edgar Esquit y
Marco Chivalán por sus comentarios y observaciones.
[2] Tendencia que consiste en
considerar los conocimientos y valores culturales, económicos y políticos
europeos como modelos universales y superiores respecto a los demás
conocimientos.
[3] Tendencia que sostiene que lo
criollo y lo ladino son superiores a otras culturas. Tal actitud va asociada al
desprecio de lo indígena.
[4] Ladino es un concepto
impuesto en la época colonial y ha tenido sus transformaciones. Actualmente, en
el marco de la construcción de la identidad nacional y en la dicotomía de
indio-ladino, la autoidentificación ladina está en función de su rechazo de lo
indio y su valoración al blanqueamiento.
Algunos rechazan el término ladino por considerarlo un insulto y
prefieren identificarse como mestizos/mestizas.
[7] Las
frases que retomo son las que utiliza Martín Banus, letrado masculino racista
de Guatemala que escribió el artículo titulado El Indígena Feo, en el diario La
Hora, Guatemala, 2014.